
Podía ver los hilos rotos y sueltos por el suelo, habían tornado la habitación un poco más obtusa y todo tomaba un aire de complicidad escondida.
De lejos se podía oír un disco que giraba sin cesar, que sonaba ya como gastado y que sin embargo no dejaba de escupir todas las notas que en ese momento quería escuchar, y aún en el segundo cuarentaidos emocionaba con el estruendo de violines embrujados.
Un olor a sal. El olor del mar.
El tacto de la lija.
De la seda.
Entre la cortina y una luz de sol de enero (esos soles a los que no les apetece brillar) encontró la paz y después de algunos meses se puso a respirar.
¡Respirar! Después de tanto tiempo...
Inhaló tanto oxigeno que casi le entraban ganas de llorar, porque a veces duele.
Duele respirar.
respira duele.
ResponderEliminarcada bocanada duele,
mucho..
martis.